Me asomé al balcón de tu rutina y me gustó lo que vi.
Abriste una a una más puertas, y no me resistí a seguir curioseando.
Cuando llegó el tiempo de las caricias y el sudor, ya había entrado hasta el fondo del pasillo, donde casi no queda luz, y una vez allí, olvidé el camino de vuelta.
Me quedé.
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