13 de marzo de 2012

Geografías

Me asomo, casi sin querer, a la estrecha rendija que separa la noche del día.

Recorro, con los ojos apenas abiertos, los recovecos de tu anatomía dormida y sucumbo al deseo de rozar el firmamento de tu piel con la punta de los dedos.

Y me anclo a tu aliento como quien se amarra a una tabla maltrecha en mitad de un oceano eterno.

Cuando el despertador me obliga a cruzar la frontera del sueño, aún percibo tu calor fundiendo los confines de mi cuerpo mientras abrazo tus formas en el vacío.