5 de mayo de 2015

Artesanía

Mueves y remueves las piezas del rompecabezas, imitando al azar, con parsimonia, sin prisa... como quien no espera a nadie.

Las descolocas, las vuelves a colocar. Por colores, por formas, por categorías recién inventadas. Echas una ojeada al aparente barullo y continuas acariciándolas con tus dedos, a tu ritmo... como quien solo se espera a sí mismo.

Llenas la mesa de recuerdos quebrados por el tiempo, los espantas a soplidos que resuenan como truenos imposibles, reconstruyes, a tu manera, una simulación aproximada de la realidad, tranquilo, constante... como quien ha olvidado lo que significa esperar.

De pronto, un atisbo de rayo de luna, asoma entre sombras, se aloja en tu mente en forma de serendipia bramante y te dicta al oído, a gritos, la solución del enigma infinito. Tus manos toman vida propia y, en un instante dibujan a tu alrededor el diseño perfecto, la obra definitiva, esa que andabas tanto tiempo buscando, ya sin apenas buscar.

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