Los dedos se deslizan por el teclado a un ritmo monocorde y cansino.
Parece que las palabras se empeñan en permanecer escondidas en su húmedo rincón un día más.
El brillo que normalmente me deslumbra no aparece, por más que busco y rebusco.
Se acaba el espacio y no soy capaz de encadenar dos frases mínimamente coherentes.
Doy palos de ciego y me mareo de tanto girar en torno a mi mismo.
El tiempo pasa, pesa, se diluye... Empiezo a intuir que tampoco hoy voy a poder escribirte.
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