Hacerme oir.
Sacar a la luz sentimientos enquistados.
Girar en el mismo sentido en que gira el mundo,
al menos por unos segundos.
Dejarme acariciar por algún tipo de esperanza salvadora.
Acurrucarme en un rincón resguardado,
para recuperar el aliento.
Y seguir gritando.
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