Recorro con la vista y los dedos el teclado, me esmero todo lo que puedo
en la búsqueda, pero hoy no hay forma de encontrar los puntos
suspensivos.
Quizás se han escondido en algún jardín ficticio (de esos que acostumbro
a construir tan a menudo), o están agazapados tras una esquina
inventada (de esas que asoman de cuando en cuando entre la bruma).
O tal vez, simplemente, se han hartado ya de esperarme y han huído sin previo aviso, dejándome a merced de los punto y aparte.
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