11 de julio de 2014

Jugar por jugar

Desafíar a los espectros del invierno eterno suele acarrear consecuencias. A veces, sombrías. Otras, simplemente, lúgrubes, cuando no funestas.

Cuento con ello.

Pelear con el destino, habitualmente, desemboca en una sucesión de minutos vacíos, horas huecas y relojes de arena varados en la orilla del tiempo.

Lo asumo. Lo acepto.

Coquetear con la idea de engañar al miedo no es buen comienzo, ni siquiera las noches en que se empapan de insomnio las sienes y el pecho.

De acuerdo. Eso es también cierto.

Pero tenía que probar... me apetecía embriagarme con el sabor pastoso del riesgo.


Ganar la partida no entraba en mis planes... no creo en rachas, no creo en el azar, por no creer, no creo ni en los premios.

Por eso me cuesta tanto dominar ese aire de triunfador que me ha invadido, de repente, el centro mismo del cuerpo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario