7 de mayo de 2012

Vapor

Cuando percibió que aquel agujero negro en mitad del pecho había adquirido unas dimensiones inasibles, intentó lanzar un último grito de auxilio, pero, hasta el aliento (último vestigio de una vida vivida a trompicones) le había abandonado.

Hundió, por fin, la rodilla en el suelo, exhaló el poco oxígeno que aún guardaban sus intersticios pleurales y se disolvió... sin dejar ni un mísero rastro de su paseo eterno entre sombras, pendientes y hoquedades.

2 comentarios:

  1. Increible, como todo lo que escribes (o casi todo, para gustos colores) Quiero pensar que a pesar de no dejar rastro, no por ello se "evapore".

    ResponderEliminar
  2. Si se evapora del todo o no, sólo se sabrá con el tiempo. Muchísimas gracias por tus siempre amables comentarios, Cormo. Nos seguimos leyendo. Abrazos.

    ResponderEliminar