El fragor de las olas rompiendo en las rocas fue el preludio de un desenlace inevitable.
Sabía hace tiempo que la espuma y las mareas son caprichosas, había asumido ya que las sirenas, antes o después, siempre dejan de cantar.
Cerré los ojos, me dejé arrullar por el aroma a salitre y azar y me anclé a aquel último beso como quien se amarra a un último puerto, tan incierto como efímero.
Eres un campeón del uso de la palabra para transmitir sentimientos, y a la vez muy prolífico en cantidad de microtextos literarios.
ResponderEliminarUn saludo, Cronopio