30 de diciembre de 2010

Ambigüedad consentida

La madrugada se tiñó de colores ambiguos en el mismo instante en que oí tu voz somnolienta. Musitabas un nombre que no era el mio, pero poco me importó cuando me abrazaste con el ardor de las viejas batallas, aquéllas en que vencíamos a la noche entre sábanas revueltas.

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