El domador logra su objetivo tras media hora de denodado esfuerzo.
Fuera de sí, ha usado el látigo con saña, hasta que el león, exhausto, ha saltado al fin a través del aro llameante.
Adormecido por el éxito y los aplausos desganados del escaso público, no acierta a interpretar la mirada de soslayo que precede al primer mordisco.
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