Espero.
Intento no naufragar
entre los desconchones
de estas cuatro paredes movedizas.
Doy bandazos de uno a otro extremo,
sin perder de vista ni un instante
la puerta acristalada del fondo.
El pasillo se estrecha y se estira cada vez más,
se convierte en un túnel hambriento,
empeñado en saldar la deuda del miedo
con todo aquel que se deje tragar.
Aunque no estoy solo,
me cuesta escuchar a los que me rodean:
el zumbido punzante de un augurio que creía expurgado
lo cubre todo.
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