Refugiado en mi oscuro escondrijo,
intento retrasar el momento
de enfrentarme a una nueva tormenta.
Para no ser tragado por el tiempo detenido,
me recreo en el cielo de plomo y el suelo movedizo.
Sobre un fondo gris,
deformadas por las gotas
que se deslizan azarosas por la vidriera,
adivino mil sombras que interpretan una danza ceremonial
entre hojas muertas y aceras humedecidas.
Sin saber por qué,
esbozo una leve sonrisa y,
en la soledad del cuarto vacío,
tarareo una antigua melodía.
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