Cebas al desasosiego con las pesadas esquirlas de oscuridad que quedan colgando tras las pesadillas de la noche anterior.
Anudas tus pasos a los pasos que da tu sombra, para simular cierta estabilidad.
Clavas las rodillas en el suelo, cuando es necesario, para recuperar el aliento preciso para seguir respirando.
Engañas un poco a la conciencia con trampantojos volátiles y falsas verdades disfrazadas de cordura.
Vagas y divagas, entre los vapores que emanan de tu infierno interior y el humo vacuo de la realidad (que intenta, sin conseguirlo del todo, envolverte).
Dibujas en tu rostro gestos imprecisos, tus manos se arremolinan en torno al vacío.
Bordeas el precipicio, y llegas al final del día levantando, levemente, dos dedos formando una V temblorosa y renqueante.