Cebas al desasosiego con las pesadas esquirlas de oscuridad que quedan colgando tras las pesadillas de la noche anterior.
Anudas tus pasos a los pasos que da tu sombra, para simular cierta estabilidad.
Clavas las rodillas en el suelo, cuando es necesario, para recuperar el aliento preciso para seguir respirando.
Engañas un poco a la conciencia con trampantojos volátiles y falsas verdades disfrazadas de cordura.
Vagas y divagas, entre los vapores que emanan de tu infierno interior y el humo vacuo de la realidad (que intenta, sin conseguirlo del todo, envolverte).
Dibujas en tu rostro gestos imprecisos, tus manos se arremolinan en torno al vacío.
Bordeas el precipicio, y llegas al final del día levantando, levemente, dos dedos formando una V temblorosa y renqueante.
Siempre juramos, tras la Victoria, que no volverá a pasar. Que no estás dispuesto a volver al frente de batalla donde sufres y te mutilan. Donde corres el riesgo de perder la vida. Pero el tiempo borra el dolor, los malos momentos y nos anima a descubrir esos otros lugares que parecen paraisos y que, al final, son lo que son; campos de batalla.
ResponderEliminarUn saludo