El sapo croaba y croaba sin descanso, en la soledad de su charca.
Sólo calló cuando oyó aquellos lejanos pasos retumbando en la noche húmeda.
Ella caminaba insegura entre rocas y espinos, sin pausa, con prisa, buscando el sendero.
Pasó de largo, pero el sapo, fiel a los tópicos, se aferró a la estela de su sombra esquiva.
Y, en silencio, esperó a que, por error o por simple amor al riesgo, ella le diera el beso.
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