Marilyn corretea por la estación, dando pequeños brincos entre chorros de humo, mientras Curtis y Lemmon, disfrazados de mujer, admiran embelesados el contoneo hipnótico de sus caderas.
"Debe tener un motorcito", comentan entre ellos.
Apago la tele, me miro al espejo, y, con aire entre resignado y autocomplaciente me digo: "Nadie es perfecto"
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