Hace ya tiempo
que el papel mojado
dejó de retener la tinta preñada de letras
que sobre él volcaba.
Solía aferrarme a su arrullo
cada vez que rondaba la noche.
Queda poco ya
para que el otoño se cebe con el paisaje,
pero dudo que las hojas secas
mantengan con vida
las palabras secretas y embarradas
que escapan de mis dedos y mi garganta.
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