El erudito novelista de éxito había perdido el hambre de letras y sabía a ciencia cierta que no la iba a recuperar.
El estudiante de último curso de Filología sentía un ansia desmesurada por derramar tinta y llenar papeles con metáforas encadenadas y palabras reinventadas.
El destino, un par de cafés y un cheque con no demasiados ceros hicieron el resto.
El resultado, próximamente en sus librerías.
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