El diluvio llegó sin aviso y con hambre de varios días. Arrasó con saña todo lo que habíamos construído con esmero y dedicación, formando un riachuelo de escoria que fue empantanando el suelo a su paso. La destrucción fue total, apenas quedaron en pie dos o tres palabras de despedida y algún recuerdo ajado y maltrecho.
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