Los días soleados, vivo adherido a nubes y oscuridades indestructibles, y por más que me afano, no despego los pies del suelo reseco.
Los días de lluvia, planifico saltos y danzas rituales que me ayuden a evitar el gris y a exprimir el paisaje licuado.
Los días en que la niebla lo cubre todo, me empeño en deshacer dudas y azares, en desmarañar ovillos enquistados.
Y los días de tormenta, me aplaco, me calmo, hiberno en un sueño manso y pacificador a la espera de tiempos mejores.
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