Un gesto desnudo y minúsculo (quizá inconsciente, quizá largamente meditado) hizo que se incendiara la madrugada.
Y, así, una anodina secuencia de lugares comunes y tópicas palabras vacías abandonadas a su suerte se transformó, por un azar inabarcable (o por un plan perfectamente trazado) en una imparable cadencia de encontronazos con el deseo más crudo.
Y nuestros cuerpos danzaron anudados a una espiral húmeda e intangible hasta el final de la noche.
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