No supo esquivar al delirio y fue arrastrado por su boca anhelante y sus promesas fatuas.
No resistió los embites de la última riada, y sólo el sudor quedó como testigo ciego de la contienda desatada en torno a una cama vacía.
No reunió valor para apartarse, y fue engullido por la lava desbordada y esas brasas que creía ya borradas por la niebla.
Sabía que, antes o después, resucitaría, como tantas otras veces había sucedido, por eso, se evaporó sin siquiera luchar por recuperar el aliento.
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