Se puso las gafas de mirar hacia dentro y empuñó el lápiz con que en
otras ocasiones había logrado apresar los sueños entre finos e
irregulares trazos (sangre derramada de grafito afilado).
Vistiendo sus mejores galas, dibujando en su rostro una sonrisa
congelada y con la vista fija en el folio blanco, el viejo relator de
batallas perdidas, afrontó su cita con el destino como mejor supo,
sentado, impertérrito, dominando el sudor frío, engañando al temblor,
navegando entre brumas ficticias, tempestades de atrezzo y mareas inventadas.
Centenares de papeles se amontonan, en aparente desorden, sobre su
escritorio, frente al cual, una vieja silla vacía es ya el único testigo
que queda de su cruenta y eterna lucha contra la soledad.
Impecable descripción que me estremeció y en momentos me reconocí
ResponderEliminarBesos
tRamos