El viento arrastra los días, dejando el calendario vacío.
La lluvia diluye afanosamente los restos dispersos del pasado que la memoria conserva.
El frío crece desde las entrañas y congela las brechas de la consciencia.
El sol se asoma por una rendija y, aunque sigue aterido, intenta silbarnos al oído aquella vieja melodía.
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