Como funámbulos ciegos, recorremos cada noche el fino alambre que surge de la nada, y a tientas, esquivamos el vértigo y zigzagueamos a través del espacio que nos separa.
Tras tocar el borde del abismo, regresamos a cubierto, con la sola ayuda del instinto y el deseo.
El instinto y el deséo como salvavidas en un mundo abocado al abismo y la autodestrucción.
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