Iban y venían a ritmo constante, al son marcado por la melodía infernal de los tambores, la cual tan solo era rasgada, de cuando en cuando, por el restañar sordo del látigo.
Todos cumplían su función metódicamente, arrastrando en silencio y como buenamente podían los pesados grilletes.
El último convenio colectivo, recién revisado, era clarísimo respecto a los deberes y derechos de cada uno.
Al menos, les quedaba el consuelo de haber mantenido el puesto de trabajo.
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