En ocasiones, el color blanco (tan superficial como convincente) me corteja, me atrae hacia un rincón iluminado, y allí, me dejo hacer, casi hipnotizado por su inmaculada apariencia.
Otras veces, es el color negro (más seguro de sí mismo y de su poder) el que me persigue sin tregua, hasta darme alcance en cualquier esquina, y no me queda más remedio que dejarme envolver violentamente por su abrazo helador.
Pero los más de los días, cruzo los pliegues de la rutina, acompañado por una casi infinita gama de anodinos tonos grises.
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