Recorro, de nuevo, los lugares y las calles que recorrimos, de la mano, aquella tarde de
invierno.
Mientras maldigo al azar que me ha arrastrado a calcar
aquellos añejos pasos, mantengo la vista clavada en el suelo y las manos ancladas a los bolsillos, como si asi pudiera evitar que
la luz del atardecer me susurre al oído que ya nunca volveré a ser el mismo.
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