La ventana se cerró sin previo aviso.
El mismo soplo de aire que la había abierto, la empujó, inmisericorde, en su siseante y azaroso trayecto de vuelta.
Los escasos minutos que se mantuvo abierta sirvieron para que pudiera adivinarse, allá al fondo, un horizonte terso y extrañamente cercano.
Ahora que la penumbra envuelve de nuevo el cuarto, guardaré, como en una fotografía, el recuerdo difuso y ambiguo de lo que pudo haber significado un cambio irreversible de rumbo.
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