Atravieso, un día más, el desierto inmaculado que nace y muere entre los pliegues de las hojas manchadas de tinta hueca.
Estudio concienzudamente el último enigma que el viento ha traído a mi puerta, antes de partir, como cada mañana, hacia el ondulante horizonte que asoma entre un bosque de espinas.
Calibro mis armas, descarto las insinuaciones que me lanzan las sombras, salto sobre socavones inventados y descubro que, como esperaba, todo sigue más o menos igual a este lado de la nada.
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