Los disparos sisearon y retumbaron estruendosamente, como en las películas antiguas, por lo que dedujo que estaba soñando y, lejos de intentar esquivarlos, se mantuvo inmóvil y tranquilo, pues sabía, a ciencia cierta, que ese no era su verdadero sonido.
Cuando levantaron el cadáver, el forense no supo a qué atribuir esa extraña y plácida sonrisa en su rostro.
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