Las aceras humedecidas adquieren las formas y las costumbres de un animal mitológico herido de muerte.
Las farolas apenas rasgan la niebla, con su desesperado y siseante grito de luz.
Los edificios tiemblan ateridos, a pesar del esfuerzo de sus moradores por mantener sus entrañas a temperatura constante.
Los automóviles resoplan, se retuercen, danzan al son de un blues de asfalto y humo.
Mientras paseo sin rumbo ni prisas, me resigno a no encontrar, hoy tampoco, la salida de este laberinto disforme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario