Había recibido con aparente entereza los últimos empellones lanzados por el destino sobre su pecho.
Había mantenido la compostura pese al soplo insistente del olvido sobre su mojada melena.
Había hecho frente, como buenamente había podido, a la nueva soledad que se añadía, sin remedio, a su noche ya repleta de soledades añejas.
Había esbozado un plan de huída, por si la convivencia consigo mismo se hacía insufrible.
Había desleído las últimas palabras pronunciadas, casi expelidas, para evitar sentirse atado a un nuevo silencio forzoso.
Había trazado firmemente la fina línea que le separaba de aquel abismo viscoso.
Y había flotado ya sobre el embarrado campo de batalla el tiempo suficiente para hacerse una idea aproximada de lo que le iba a costar este nuevo desvarío.
Todo estaba dispuesto para reiniciar el juego.
Con un par de vidas menos.
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