El deseo (llameante, voraz, húmedo... punzante) estranguló la poca fuerza de voluntad que me restaba a esas horas de la noche y no me quedó más remedio que dejarme llevar y arder de nuevo en el infierno dulce de tu piel encendida.
Una vez apagado el incendio de las ansias, creo recordar que emprendimos el vuelo. Sin gastar ni un segundo en planear el aterrizaje.
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