Con la única compañía de su conciencia semidormida y un puñado de sueños revolcados por la desidia y el miedo, se dispone a derrotar al frío.
Se abrocha el viejo abrigo y crispa los puños dentro de los bolsillos.
Fija la mirada en el infinito... y comienza a caminar.
Pero la niebla cubre a la madrugada con su halo de ambigüedad, las calles, mil veces recorridas, adquieren tonalidades desconocidas y los sonidos de la ciudad dormida renacen transformados en ruido infame... crecen las penumbras a medida que se encoge el horizonte.
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