Gasto las tardes de fuego y las noches de humo espeso inventando caminatas elípticas en torno al cero absoluto.
Pequeñas luces parpadeantes (miguitas de pan halógenas) delimitan el sendero y cortan las alas al azar y a la tentación húmeda de perderme antes de tiempo.
Así, antes de siquiera pararme a pensarlo, se me escurre la última y diminuta gota de verano entre los dedos.
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