Despertar y mirarte con los ojos aún cerrados.
Oler tu espalda.
Saborear el tenue beso con que me das la bienvenida a tu rutina.
Abrazarte y saber que no eres humo y yo no soy vapor.
Quedarme embelesado mientras te diriges a la ducha.
Fantasear con la incierta posibilidad de seguirte y calcar tus pasos.
Esperarte tumbado, con la vista perdida en un infinito tal vez no tan lejano.
Calibrar el miedo a ser devorado por mil delirios que ya creía espantados.
Despedirnos con un gesto preñado de buenos deseos.
Y cantarte aquella vieja canción al oído mientras sales por la puerta con la firme idea de no volver a mirar atrás.
Según iba leyendo, intuía ese final. El saber que el presente pertenece al pasado sin tratar de retenerlo. Disfrutar el momento como tal, pues de otra forma se desperdiciaría. Sería un pasado sin casi recuerdo. Tal vez, y en el mejor de los casos, un recuerdo artificial de lo deseado.
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