Resuenan los timbales de los recuerdos.
Martillean las sienes y roturan el entendimiento con su sordo y cansino eco.
Siempre que retornan, lo hacen voraces, al aroma de la sangre derramada y la carne abierta.
Se mantienen fieles a su ambigúedad perenne... vienen de ningún lado, hacia ningún lado parten, pero durante esos segundos en que se hacen pasar por un ente vivo y palpable, aniegan las enormes llanuras de la rutina y desecan los frágiles mares que nacen en algún rincón de los sueños.
No hay modo de acallarlos. No hay manera de evitar su violento desembarco.
Solo ellos deciden cuando ha llegado el momento de abandonar su brutal y efímero asedio, y cuando lo deciden, se evaporan sin más, dejando tras de sí retazos sueltos de su eterna y frágil melodía.
Cómo no, un bello ejercicio. Me encanta.
ResponderEliminarUn saludo.