Iban y venían a ritmo constante, al son ensordecedor marcado por la melodía infernal de los tambores, que tan solo era rasgada, de cuando en cuando y por unos segundos, por el restañar del látigo.
Todos cumplían su función metódicamente, arrastrando como buenamente podían los pesados grilletes. El último convenio colectivo, recién revisado y firmado, era clarísimo respecto a los deberes y derechos de cada uno.
Al menos, les quedaba, eso sí, el consuelo de haber mantenido el puesto de trabajo
Te asomas con ojos cáusticos a la realidad y la traduces muy bien, a través de la ficción. El fantasma de aquella vieja esclavitud, se hace presente. ¿Verdad, amigo?. Nos seguimos leyendo, mientras tanto, un abrazo.
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