Entre tu invierno ficticio y mi invierno inventado, surge, como último clavo ardiendo a qué aferrarse, un verano otoñal e impostor.
Y, entre vientos y oleajes desubicados, entre tormentas y noches de aliento extrañamente helado, acatamos los designios del deseo y nos fundimos, sin prisa, con el tiempo.
Al menos, hasta que llegue el verdadero invierno.
Es un micro, cómo no, que acaricia la mente, alimenta la reflexión y la sensibilidad.
ResponderEliminarGenial fundirse sin prisa y con el tiempo.
Confundirse es malo hasta en el invierno.
Un abrazo.